En octubre del 2020, tres entusiastas de las criptomonedas compraron un crucero en plena pandemia con la idea de hacer realidad una utopía libertaria , crear una comunidad de innovadores amantes de la libertad que se tomara las aguas para escapar de las regulaciones e imposiciones de los Gobiernos del mundo . Su sueño, significaba emprender un increíble viaje que no tuvo buen viento.
La idea de tomarse los mares para construir comunidades libertarias no es precisamente nueva, lleva dando vueltas en el mundo de los grandes inversores y emprendedores tecnológicos desde hace más de una década. El responsable de popularizarlo fue el ex ingeniero de Google Patri Friedman, en diciembre de 2010.
Ese año, el nieto de Milton Friedman, uno de los economistas de libre mercado más influyentes del siglo pasado, esbozó en un auditorio silencioso el futuro de la humanidad. Su plan era transformar cómo y dónde vivimos, abandonar literalmente la vida en la tierra y todas nuestras suposiciones anticuadas sobre la naturaleza de la sociedad. En pocas palabras, proponía comenzar una nueva ciudad en medio del océano.
Su visión la compartía por ese entonces Peter Thiel, el multimillonario fundador de PayPal y Wayne Gramlich, un ingeniero de software. El primero se dedicó a financiar desde la Fundación Thiel proyectos para “defender y promover la libertad en todas sus dimensiones”; el segundo, fundó en 2018 (con la ayuda de Thiel) el Seasteading Institute, dedicado a promover la visión que Friedman plantearía, una comunidad libertaria en el mar.
Así comenzó la década, con Friedman y otro “evangelista marino” Joe Quirk tratando de llevar a cabo su sueño a través del Seasteading Institute. Primero trataron de crear una “Baystead” y “Coaststead” frente a la costa de San Francisco, y un “Clubstead” (centro turístico”), frente a la costa de California, pero nunca pudieron hacerlos realidad.
Su mayor avance fue en 2017, cuando intentaron crear un prototipo de isla flotante en la Polinesia Francesa que se encontró con una resistencia bastante feroz de los habitantes de aquellas islas y colapsó un año después cuando el gobierno se retiró del proyecto.
Pero por esos años Quirk se conocería por casualidad con Grant Romundt, un tipo millonario que había hecho su fortuna con exitosos productos en internet (series, software y demás) y que era fanático de los deportes acuáticos. El encuentro se dio en un avión y lo propició la camiseta de Quirk que decía “Deja de discutir. Empiece a navegar” . Hablaron y Rmundt conoció el trabajo de Seasteading Institute, para un amante del agua como él (y de las ideas libertarias) el sueño utópico de Friedman se volvió una obsesión.
Satoshi: Un crucero hacia la libertad
Después de conocer a Quirk, Romundt decidió que quería volver a intentarlo. Quirk le presentó a otros dos aspirantes a amos de mar, el estadounidense Chad Elwartowski apasionadamente libertario y el ingeniero alemán Rüdiger Koch, rico en bitcoins. Juntos, el trío fundó una empresa, Ocean Builders . Con su propio dinero, financiaron el primer intento de construir una única playa residencial, en forma de una caja octogonal blanca flotante a 12 millas náuticas de la costa de Tailandia.
Elwartowski y su novia, Nadia Summergirl, vivieron allí durante dos meses a principios de 2018, hasta que el gobierno tailandés descubrió la existencia del seastead y lo declaró una amenaza para la independencia del país, posiblemente punible con cadena perpetua o muerte. Elwartowski y Summergirl tuvieron que huir del país antes de que la marina tailandesa enviara tres barcos para desmantelar la caja flotante.
Un año después, el trío mudaría su empresa a Panamá, donde encontraron un gobierno dispuesto a respaldar su próximo proyecto bautizado “SeaPod”. Estas serían unas casas flotantes individuales sostenidas a 3 metros sobre el agua por una sola columna y una base en forma de trípode debajo del océano. Por dentro cada superficie es curva, como si viviera dentro de los confines suaves e incoloros de una menta.
Su diseño e idea totalmente futurista comenzó a ganar tracción a principios de 2020, cuando se hicieron los primeros prototipos de estas viviendas. El equipo construyó una fábrica desde cero en Linton Bay, un puerto deportivo en la costa norte de Panamá, contrató a un equipo de unos 30 ingenieros y mecánicos para comenzar las construcciones de los prototipos.
La idea era buena e innovadora, pero llevarla a cabo era difícil, cada prototipo costaba mucho tiempo en construirse, y según sus proyecciones al mes apenas podrías construir dos, si todo salía bien . A ese paso, crear su comunidad de emprendedores criptográficos les tomaría mucho tiempo, por lo que la idea de comprar un crucero se barajó como una opción para acelerar los tiempos y ampliar la comunidad.
Comprar un crucero es caro, muy caro, pero el año pasado estábamos en plena pandemia y el negocio de los cruceros estaba colapsando . Muchos fueron sacados de circulación y chatarrizados, otros estaban parqueados en puertos alrededor del mundo acumulando polvo y óxido con la expectativa de volver a navegar.
La oportunidad estaba ahí, así que el trío de Ocean Builders logró hacerse con un crucero barato: el Pacific Dawn, que había sido construido en 1991 por 280 millones de dólares y cuyo precio normal de mercado para 2020 rondaría los 100 millones, fue adquirido en una verdadera ganga en 9,8 millones de dólares.
Este barco estaría en el corazón de la comunidad flotante, siendo conectado a los SeaPods por túneles en bucle en el agua, los cuales también llevarían a plataformas flotantes hechas por humanos designadas para agricultura, manufactura y zonas verdes. Desde el aire, toda la comunidad tomaría la forma del bitcoin “B”.
Era el sueño, y para reforzarlo s e renombró al crucero como MS Satoshi, en honor a Nakamoto Satoshi, el pseudónimo del creador (o los creadores) del Bitcoin. Todo estaba listo, al menos en papel, ahora tenían que llevar el crucero hasta Panamá y lograr convencer a libertarios de todo el mundo que mudarse en medio del mar panameño era una buena idea.
El primer convencido fue el gobierno de Panamá, que veía el proyecto como una potencial atracción turística y no parecía importarle la idea de un montón de criptoinversores flotando frente a su costa, sin pagar ningún impuesto.
Para administrar el Satoshi el trío fundó la empresa Viva Vivas, nombre adaptado de la frase latina, " vive ut vivas “, que significa “vive para que puedas vivir”. Elwartowski, se puso frente a esta compañía y a buscar por Reddit a los futuros miembros de su comunidad.
“Entonces, voy a comprar un crucero y lo llamaré MS Satoshi … AMA”, escribió en una publicación del foro virtual y las bromas no se hicieron esperar. “¿Recuerdan el Fire Festival?” , decían algunos.
Pero muchos se tomaron la propuesta en serio y querían repasar la letra pequeña. ¿De dónde viene la energía? ¿Gas? ¿Internet? ¿Alimentos? ¿Agua? ¿Artículos de baño? ¿A qué impuestos estará sujeta?”.
Elwartowski respondió a todas las preguntas con gran atención a los detalles. Al principio habría generadores, seguidos rápidamente por energía solar. Este sería un barco criptográfico ecológico. El Internet inalámbrico de alta velocidad vendría de tierra. Los servicios públicos se incluirían en las expensas al principio, pero se medirían cuando se actualizaran los sistemas.
En cuanto a los impuestos, no pagaría nada sobre las ganancias obtenidas de empresas con sede en territorio más allá de Panamá. Las personas serían libres de ganar tanto dinero como quisieran. Era el paraíso regulatorio de un trabajador remoto.
Pero a medida que continuaban las preguntas y respuestas de Reddit, las meticulosas respuestas de Elwartowski revelaron algunos de los aspectos prácticos más complicados de la vida a bordo . Resultó que las únicas instalaciones para cocinar estarían en el restaurante. Por razones de seguridad, a nadie se le permitió tener un microondas en sus habitaciones, aunque algunas cabañas tenían mini refrigeradores. Elwartowski ofreció a los residentes un 20% de descuento en el restaurante y mencionó que algunos cruceros interesados ya habían hablado de alquilar parte de la cocina del restaurante para poder hacer su propia comida.
Era claro, el paraíso no era para todo el mundo, así que conseguir interesados en mudarse en él estaba siendo una tarea complicada.
El iceberg regulatorio
Mientras Elwartowski buscaba a los miembros de la comunidad, el Satoshi cruzaba el Atlántico hacia Panamá. Viva Vivas enumeró las opciones , incluidos los camarotes sin ventanas (USD 570 al mes), con vista al mar ($ 629) o un balcón ($ 719). Ocean Builders realizó una serie de videollamadas en vivo para clientes potenciales que atrajeron a 200 personas a la vez. En totalm había que llenar 777 camarotes.
En el sitio web de Viva Vivas, una página de Preguntas Frecuentes cubría los conceptos básicos del proceso de subasta de cabañas, tarifas y logística. Se contrataría personal especialmente capacitado para mantener el barco libre de covid y, a través de una asociación con una plataforma llamada coinpayments.net, se admitirían múltiples criptomonedas para el pago, incluidos bitcoin, ethereum, digibyte, bitcoin cash, litecoin, dai, dash, ethereum.classic, trueUSD, USD coin, tether, bitcoin SV, electroneum, cloak, doge, eureka coin, xem y monero.
El 29 de octubre de 2020, Dawn inició su viaje a Panamá, navegando desde Limassol, Chipre hasta El Pireo, Grecia. Una semana después, el crucero fue entregado a sus nuevos dueños Ocean Builders y se convirtió oficialmente en Satoshi. Koch voló desde Panamá para cruzar el Atlántico a bordo de su nueva compra . El equipo contrató a la empresa Columbia Cruise Services, para que gestionara el barco y proporcionara una tripulación mínima de unas 40 personas, en su mayoría ucranianas, incluido un cocinero, ingenieros y personal de limpieza. Un experimentado capitán de crucero británico, Peter Harris, llegó para hacerse cargo. “No sabíamos nada sobre la gestión de un crucero” , le dijo Romundt a The Guardian, “así que era como no queríamos tener que resolver todas estas cosas”.
Se notaba, pues no habían tenido en cuenta los certificados de navegabilidad que necesita cualquier barco para moverse en aguas internacionales, algo que les tuvo que explicar el capitán Harris. Resulta que esos certificados habían expirado el día que se completó el trato con la empresa que les vendió el Satoshi, a sí que antes de poder cruzar el Atlántico el equipo se vio obligado a navegar el barco a Gibraltar y sacarlo del agua, un proceso conocido como dique seco, para realizar reparaciones esenciales y renovar los certificados.
Ese primer escollo regulatorio fue sorteado y el 3 de diciembre el barco estaba camino a su nuevo hogar. Pero al otro lado del océano las aguas en vez de calmarse se estaban encareciendo.
Otro problema legal saltó a la vista pues el plan de Elwartowski de convencer al gobierno panameño de que dejaran anclar el barco de forma permanente en sus aguas y darlo de baja como barco convirtiéndose en cambio en una residencia flotante, a fin de evitar algunos de los requisitos más exigentes de la ley marítima, no estaba saliendo del todo bien. Aunque Panamá estaba feliz de recibir al Satoshi, especificó que el barco tenía que permanecer oficialmente designado como barco, lo que llevó a otra dificultad: la descarga de aguas residuales. Si bien el barco tenía un sistema avanzado de gestión de aguas residuales, que podía convertir las aguas residuales en agua potable, no se les permitió descargar estas aguas residuales en aguas panameñas.
Todo eso creó una pesadilla burocrática a la hora de tratar de asegurar el barco. Ninguna aseguradora quería el riesgo de avalar un crucero convertido en una criptocomunidad flotante.
“La industria de cruceros está plagada de una regulación excesiva”, le dijo Romundt a The Guardian. “Junto con las aerolíneas y la energía nuclear está entre los tres primeros (en regulación)”, señaló por su parte el capitán Harris.
La ironía estaba servida: el gran proyecto de libertad de Ocean Builders, cuyo propósito intrínseco era ofrecer un escape de las reglas opresivas y la burocracia, estaba siendo obstaculizado por reglas opresivas y burocracia.
“Un crucero no es muy bueno para las personas que quieren ser libres” , sentenciaría meses más tarde Elwartowski en Reddit.
Ante este panorama los Ocean Builders se enfrentaron a un panorama muy complejo. Por un lado podrían armarse hasta los dientes de un equipo de abogados que los ayudaran a resolver todos las trabas regulatorias, pero eso tomaría tiempo y ya el Satoshi navegaba camino a Panamá atravesando el Atlántico. Cada día era dinero gastado, pues mantener un crucero, incluso uno atracado en un puerto, cuesta como mínimo un millón de dólares al mes . Sólo en combustible, Ocean Builders estaba gastando 12 mil dólares diarios.
El sueño parecía haberse hundido tras chocar con un iceberg regulatorio . Sin poder asegurar el barco, sin tener garantía para la venta de los camarotes, sin poder garantizar la llegada de sus potenciales habitantes, tener al Satoshi atracado en Panamá era un lujo que no podían costear.
El proyecto estaba muerto pero todavía tenían un crucero que estaba viajando a Panamá, demasiado lejos para dar vuelta en medio del océano. La solución era venderlo pero ¿quién iba a estar lo suficientemente loco como para comprar un crucero en medio de una pandemia? Solo una empresa que quisiera destrozarlo. Así que el 18 de diciembre, mientras todavía estaba en el mar, el equipo anunció la venta del Satoshi a un depósito de chatarra en Alang, India. El Satoshi estaba destinado una vez más al desmembramiento.
“Hemos perdido esta ronda. The New Normal, Great Reset gana otra víctima”, escribió, Elwartowski en Reddit, comparando el colapso del Satoshi con una popular teoría de la conspiración sobre el covid de que la pandemia y su respuesta habían sido gestionadas por una élite global.
El Satoshi llegó a Panamá el 22 de diciembre y en Nochebuena ancló frente a la costa de Colón. Sus dueños lo abordaron para despedirse de su sueño, el cual nunca pudo ver la luz. Romundt pasó esa navidad en el crucero, junto con la tripulación.
Con la llave maestra en mano, deambuló por el Satoshi, asegurándose de entrar en todas las habitaciones que decían “No entrar”. Recorrió la sala de máquinas y se sentó en la terraza. Con unos tragos encima (aunque solía no beber) llamó a sus amigos diciendo: “¡Estoy en mi propio crucero para Navidad!”.
“Él tuvo el tipo de buen tiempo que quizás solo es posible tener cuando acabas de cometer un error increíblemente costoso nacido del deseo de inventar una forma de vida completamente nueva y que involucra la compra de un enorme barco flotante”, le dijo el capitán Harris a The Guardian.
Pero los problemas no se habían acabado, porque hay leyes para todo, hasta para deshacerse de los cruceros y como ya habrán notado, los empresarios libertarios no son muy buenos con las leyes y los trámites burocráticos. Resulta pues que según el Convenio de Basilea, que cubre la eliminación de desechos peligrosos, no se le permite a un país signatario (como Panamá) enviar un barco hasta un país no signatario (como India), así que el contrato con el depósito de chatarra tuvo que cancelarse.
Afortunadamente para los Ocean Builders un empresario de los cruceros estaba lanzando su nueva línea, la primera en abrirse en Inglaterra en 10 años, y quería que el Satoshi fuera su primer barco. Ya lo conocía desde antes, lo que aceleró la venta que, según la prensa especializada se cerró por 12 millones de dólares, un precio mayor al que lo habían adquirido.
El satoshi ahora se llama Ambiance , regresó a las costas europeas y espera comenzar a ofrecer en sus viajes una experiencia mucho más tradicional y lejana al futurismo comunitario de cripto emprendedores propuesto por el trío de Ocean Builders.
Cada uno de estos visionarios soñadores hoy se enfoca en proyectos personales. Elwartowski está en un año sabático, Koch construye su propio barco en Panamá, y Romundt sigue soñando con el proyecto de los SeaPods, en el que trabaja con Koch.
Para Romundt el mar sigue siendo el futuro de la vida de las personas, y ve a sus cápsulas sostenidas sobre el agua como una especie de “ovni” que marcará el camino de lo que vendrá para las comunidades acuáticas. Él sigue soñando, aunque no se pregunte cómo hará alguien que viva en un SeaPod para comprar algo de comer y llevarlo hasta su casa.